No merece rescatarse aquello que
no merece la pena. Y desde hace tiempo te miro con ojos de ternura, recordando
ese pasado tan próximo como lejano, y no dejo de suspirar. Y no dejo de pensar
en tu rescate, en destruir unas cuantas cadenas que han añadido los meses y
vestirte tan guapa como antes.
Pero hay una ley universal, lejos
de nuestro alcance, que hace que nada vuelva a ser como antes, por mucho que el
vestido y los complementos sean iguales. Una ley silenciosa, que sólo aparece
cuando te percatas, que rompe con todo y hace que cualquier instante, por muy parecido
que sea, sea distinto. Una ley que hace que no haya vuelta atrás.
Bajo este telón dictatorial de la
naturaleza, todo termina cediendo. Y al final, pese a nuestros esfuerzos, el
vestido terminara estropeándose y cambiará. Eso termina calando y haciéndote ver
que, o aceptas las normas del juego, o siempre terminarás con el regusto amargo
de ver como algo se estropea siendo el último en quererlo y, lo peor de todo, sin
poder hacer nada para evitarlo.
Pero hay cosas que no son incompatibles,
y en ese mismo rostro que mira con ternura al pasado también se refleja una
enorme sonrisa dando la bienvenida al futuro, una expectación por saborear la
novedad que supera con creces la tristeza del regusto amargo, un nuevo instante
que no tiene que envidiar nada de los anteriores y, en definitiva, una ilusión infinita
por continuar la historia y tan poderosa como la misma vida.
Porque esa vida, desde el primer minuto hasta
el último, está para vivirla. Olvida el rescate. Deja esas cadenas. Vestidos
hay millones. Y con amor, la belleza es eterna.
No hay comentarios:
Publicar un comentario